El hipospadias es una anomalía en la formación del pene durante la gestación que se manifiesta, fundamentalmente, de tres maneras:
Los hipospadias se clasifican de la siguiente manera:
En un porcentaje importante de casos, sobre todo en aquellos hipospadias más severos, puede asociarse a otras anomalías, siendo las más frecuentes:
Se considera que las causas del hipospadias son multifactoriales, es decir, que están implicados factores genéticos y múltiples fatores ambientales.
Respecto a los síntomas, la presencia de hipospadias se sospecha ante la salida de un chorro urinario a presión dirigido hacia abajo, la presencia de incurvación ventral en la erección y exceso de piel en la zona dorsal.
El glande del niño suele estar cubierto por las adherencias balanoprepuciales, por lo que es habitual que no pueda apreciarse con certeza la posición real del meato urinario.
Es importante la valoración por un urólogo pediátrico para identificar los casos leves, tranquilizar a los padres, descartar otras anomalías si fuera necesario y programar la intervención a una edad oportuna.
El diagnóstico se realiza mediante una inspección minuciosa en consulta, en la que se valora:
En los hipospadias severos, puede ser necesaria realizar una ecografía urológica para descartar otras patologías asociadas.
El hipospadias se puede tratar mediante cirugía y debe llevarse a cabo por un urólogo pediátrico especializado en el manejo de esta patología.
El tratamiento del hipospadias suele hacerse a partir del año de vida pero la edad óptima para realizar esta intervención puede individualizarse según la severidad de la malformación y las circunstancias personales.
El objetivo de este tratamiento es corregir la incurvación, llevar el orificio al glande y conseguir un buen resultado estético. Para llevarlo a cabo se pueden emplear diferentes técnicas que variarán en función de las características de la enfermedad y del paciente pero. La valoración definitiva, la elección de la mejor técnica en cada caso y la planificación en una o dos intervenciones, se considera, frecuentemente, el mismo día de la intervención.
La cirugía suele durar entre una o dos horas según la técnica empleada. Durante el postoperatorio inmediato, el paciente tiene una sonda vesical para evitar complicaciones y un apósito alrededor del pene que no retiraremos hasta el séptimo día postoperatorio. Tras la retirada de la sonda, el paciente recupera la continencia habitual y no es preciso la retirada de puntos, puesto que se caen solos con el paso de los días.
Tras la intervención y la retirada de la sonda, el paciente deberá acudir a revisiones en consulta para valorar el resultado estético, la presencia y características de las erecciones y el chorro miccional.
La complicación más frecuentemente descrita en la literatura es la aparición de una fístula uretral, que es un pequeño orificio en el trayecto de la zona intervenida, por el que se produce la salida de orina.
Para evitar esta complicación, se toman todas las medidas necesarias para tener un minucioso cuidado de los tejidos y la protección de las suturas mediante colgajos vascularizados, disminuyendo así la posibilidad de que se produzca esta complicación.
El seguimiento de estos pacientes continúa tras las intervención, aunque cada vez en visitas más espaciadas, hasta que termina el crecimiento del niño. De esta manera, el urólogo pediatra puede valorar el resultado a largo plazo y asegurar que el paciente resuelve sus dudas e inquietudes.