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Una fístula urinaria es una comunicación anormal entre la vejiga o la uretra con el exterior (la piel) u otra cavidad (generalmente vagina o recto). Esta comunicación anómala de las vías urinarias con otras estructuras puede ser de diferentes tipos: uretrovaginal, vesicovaginal, ureterovaginal y vesicouterina.
Es una patología poco frecuente y sus síntomas más comunes son escapes de orina involuntarios, infecciones de orina de repetición junto con la emisión de orina por el recto o, alternativamente, de heces (fecaluria) o gas (neumaturia) por la uretra. El tratamiento de la fístula urinaria consiste en corregir esa comunicación anómala para restablecer la integridad de los órganos implicados y mejorar la calidad de vida.
La principal causa de la fístula rectal en hombres es la cirugía prostática o cirugía de recto, como complicación del tratamiento del cáncer de próstata o recto. Aunque otros procedimientos sobre la próstata o aparato digestivo también pueden producirla en menor medida.
En mujeres, puede aparecer tras el parto o tumores ginecológicos de útero, ovarios o vagina, intervenciones de incontinencia urinaria, colocación de mallas para prolapso o extirpación de divertículos uretrales. En ambos sexos, también puede darse como consecuencia de tumores digestivos (recto, sigma) o radioterapia.
Su tratamiento mediante cirugía debe ser abordado por un equipo multidisciplinar, formado por urólogos, especialistas en cirugía colorrectal y expertos en cirugía reconstructiva urológica. El propio Ministerio Sanidad recomienda que los pacientes se traten en centros de referencia.
Dependiendo de los órganos implicados, la localización, antecedentes del paciente y tamaño de la fístula puede operarse por distintas vías. Las más comunes son a través de la vagina en la mujer y el periné en el hombre (espacio entre los testículos y el ano), aunque en el caso de fístulas grandes, reintervenciones, antecedentes de radioterapia u otras circunstancias puede requerir un abordaje abdominal laparoscópico o abierto.
En casos muy específicos, la inyección de determinados compuestos en el trayecto de la fístula puede mejorar los síntomas. Sin embargo, suele ser una solución parcial o temporal.
En la mayoría de pacientes, siempre que no existan antecedentes de radioterapia, se puede obtener la curación en una única intervención. No obstante, hay muchos otros factores que pueden influir en estos resultados del tratamiento como son la duración de la fístula, la causa o el tipo de cirugía que se ha necesitado.
Tras la operación se necesitará una sonda por vía uretral y, en ocasiones, la colocación de otra sonda llamada suprapúbica (a través de la piel, en la zona entre el ombligo y el pubis). Suelen mantenerse mientras cicatrizan los tejidos, generalmente entre 2 y 4 semanas. Antes de retirar las sondas se realiza una prueba con contraste (uretrocistografía) para confirmar que la fístula está cerrada.
Las posibles complicaciones más comunes son la reaparición de la fístula o la lesión de órganos vecinos. Existe la posibilidad de sangrado que muy ocasionalmente necesite transfusión o reintervención quirúrgica urgente.
La alternativa de no operar es válida, pero obliga al paciente al uso de absorbentes (pañales, compresas…) o a llevar una sonda de forma permanente con sus posibles complicaciones asociadas (sangrado, infección, mala tolerancia).
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